martes, 15 de noviembre de 2016

Aprendiendo a volar

La Luna no estará tan cerca de la Tierra hasta dentro de unos 75 años,... eso dicen.
Hace ya algunos años por cuenta propia intentaba acercarme a ella ¿como?, pues aprendiendo a volar. 
Pasé buena parte de mí infancia con las piernas llenas de moratones, trepaba a todo lo que tenía altura suficiente como para permitirme coger impulso para saltar y agitaba muy rápido los brazos a la vez que me lanzaba al vacío. 
En mis intentos por volar, rompí algunas sillas, una vez por poco descalabro al gato Félix, que pasaba por allí en el mismo instante que yo aterrizaba en el suelo de pizarra del patio de mi abuela. 
En otra ocasión, se me escapó mi compañero de vuelo, un grillo, que tenía en una caja de zapatos debajo de la silla, al hundirse esta, se rompió la caja y el pobre animal aprovechó para huir. 
Me busqué otro compañero de viaje, mi pato Saturnino, le prometí que viviría conmigo en la luna. Me lo llevaba a la azotea, le abría las alas al mismo tiempo que saltábamos los dos de lo alto de la chimenea de la cocina. Puse tanto empeño que mi padre, alertado por tanto ruido, me prohibió subir a ella. Con los años, fui desistiendo de esta actividad, aunque tengo que reconocer, que algo de ello ha quedado en mi subconsciente, y a menudo, sueño que vuelo.
Ahora, mis deseos, son más terrenales, me gustaría ver la aurora boreal, desde el suelo, se entiende, y rodeada de nieve... mucha nieve....



"Silver moonlight"
John Atkinson Grimshaw 1880

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